martes, 31 de mayo de 2011

No os dejaré huérfanos

AL HILO DEL EVANGELIO (16)

Jn 14,15-21

Son palabras de despedida. Me viene al pensamiento la palabra ‘testamento’. Las últimas indicaciones, lo que la persona desea que quede como su última voluntad y que sea así recordado.

Eran momentos de intimidad. Jesús abre el corazón a sus discípulos.

‘En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

Si me amáis, guardaréis mis mandamientos… El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.’

Amar al Señor y guardar -obedecer- sus mandamientos va unido. No se puede obedecer libremente una palabra imperativa si no se ama a la persona que la pronuncia. Estamos lejos de una relación situada a nivel jurídico -‘no me queda más remedio’, ‘no puedo hacer de otra manera’-. Lo que precede a la obediencia es el encuentro inesperado, gratuito de aquella persona que te conoce y te ama incluso antes de tu concepción.

Los mandamientos son palabras de vida. Dios no los impone. La imagen más cercana para comprenderla es la relación padres-hijo. Los padres quieren el bien del hijo y le indican el camino, se lo explican, le aconsejan. Si el hijo llega a darse cuenta del amor que hay en ese consejo, en esas palabras de orientación, las acogerá y las guardará con gran alegría. Esas palabras llegarán a ser luz en su camino.

No es que el amor de Dios está condicionado a nuestra obediencia. Si fuese así, Dios no sería Dios. El amor de Dios nos acompaña continuamente, como el amor de los padres acompaña continuamente al hijo, siga los consejos o no.

‘Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad.

El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros.

No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros.’

Son palabras que dan mucha confianza y serenidad. ¡No estamos solos! Dios, su Espíritu nos acompaña continuamente. Darse cuenta de esta compañía, acogerlo, reconocerlo,… el reto de toda vida espiritual.

¡Feliz tiempo Pascual!

Un abrazo. Fraternalmente.

Fernando García

 

lunes, 23 de mayo de 2011

¡Creedme!

AL HILO DEL EVANGELIO (15)

Jn 14,1-12

Ciertos pasajes bíblicos se relacionan con situaciones que se han vivido. El de hoy es uno de ellos. Era una mañana de Enero 2008, en un poblado de la Parroquia Sta María Magdalena de Domo. Pauline, una joven mujer, había fallecido el día anterior y estábamos celebrando el funeral por su eterno descanso. Su marido, los hijos pequeños, la comunidad cristiana, ahí estábamos reunidos, sobrecogidos, sin encontrar una explicación a lo que veían nuestros ojos .El evangelio escogido fue este. Lo recuerdo como uno de los momentos más emocionantes, la serenidad que se desprendía de la escucha silenciosa y orante de estas palabras de Jesús.

‘En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

-- Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no, os lo habría dicho, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.’

Son momentos de intimidad. Jesús entrevé que su final está cerca. Quiere sostener a sus discípulos con una palabra verdadera, que da calor, serenidad, confianza. Él se va para prepararnos un sitio. Llegado el momento, volverá para llevarnos con Él. Y allí donde esta Él, estaremos también nosotros.

Veo que es importante tener presente esta verdad. Somos caminantes hacia la morada de nuestro Padre. La vida cotidiana, con sus ajetreos, sus idas y venidas, arriesga de descolocarnos, haciéndonos olvidar que nuestra vida tiene un horizonte.

‘Tomás le dice:

-- Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?

Jesús le responde:

-- Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.’

En este caminar diario, sólo un camino nos lleva hacia la morada del Padre, Jesús. Él es el camino, la verdad y la vida. A menudo se nos presentan posibilidades diferentes de realización, de vivir. Y en nuestro interior surge el conflicto: ¿qué hacer?, ¿qué camino tomar?, ¿dónde poner el pie?, ¿hacia dónde ir?. Las palabras de Jesús no nos dan una seguridad automática. Se trata de confiar en ‘Aquel que sabemos que nos conoce y ama’.

‘Felipe le dice:

-- Señor, muéstranos al Padre y nos basta.

Jesús le replica:

-- Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras.’

La pregunta de Felipe me interpela muchísimo. Y me pregunto si después de tantos años conozco verdaderamente al Señor Jesús. Hago muchas cosas en su nombre, mi vida la pongo en sus manos cada día… pero ¿lo conozco verdaderamente?.

Creo que conocerlo va unido a la confianza. No tengo ninguna seguridad palpable. Me parece que el conocimiento de Jesús se verifica en la vida cotidiana, cuando ante una palabra que hay que decir, una acción que hay que realizar, una decisión que hay que tomar… En ese momento, la Palabra de Jesús aparece en mi mente como una luz que ilumina y se ve con una cierta claridad lo que hay que hacer. Y en el fondo, hay serenidad y paz.

‘Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre.’

Creedme. Es la confianza que nos permite de realizar las obras que Jesús ha realizado, y aún mayores, sencillamente porque Él está en el Padre y nosotros en su corazón.

¡Creedme!

¡Feliz tiempo Pascual!

Un abrazo. Fraternalmente.

Fernando García

 

jueves, 19 de mayo de 2011

El Buen Pastor

AL HILO DEL EVANGELIO (14)

Jn 10,1-10

Jesús, el Buen Pastor.

‘Yo he venido para que los hombres tengan vida y la tengan abundante’

¿Cómo podemos acoger esta vida que Jesús nos ofrece? ¿Cuáles son los pasos que hay que dar? Una parábola para explicárnoslo

‘Las ovejas escuchan su voz’

El primer paso es la escucha de la voz del Buen Pastor. Habituarse a escucharlo, a prestar atención, a reconocer su voz entre tantas otras voces que se oyen.

Escucharlo no es cuestión de momentos, de ratillos esporádicos, sino de fidelidad cotidiana. Se reconoce lo que se conoce.

‘Él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera’

A cada una la llama por su nombre. Así es en la relación con el Señor: él nos conoce personalmente, a cada uno por nuestro nombre. Para Dios, no somos uno más, ‘somos preciosos delante de sus ojos’.

‘Camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen’

El es el Maestro, nosotros sus discípulos. ¡Dichosos si vivimos con serenidad esta relación!

‘Porque ellas conocen su voz’

Entre el Maestro y el discípulo se establece una relación estrecha, una familiaridad íntima. ¡Su voz es inconfundible! Es a ella a quien hay que seguir.

‘Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús:

--…’Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y, salir, Y encontrará pastos.’

Jesús es el camino de la salvación, de la vida que no termina. Quien toma este camino puede entrar y salir libremente, vive en libertad.

¡Feliz tiempo Pascual!

Un abrazo. Fraternalmente.

Fernando García

 

martes, 10 de mayo de 2011

Los discípulos de Emaús

AL HILO DEL EVANGELIO (13)

Lc 24,13-35

Jesús sigue manifestándose a sus discípulos, en este caso, a los de Emaús. Ellos tienen un poco de dificultad para reconocerlo, pero al final se les abren los ojos. En ese momento, él vuelve a desaparecer.

¿Qué hay detrás de esta página? ¿Cómo pueden nuestros ojos abrirse a la presencia del Señor Jesús resucitado? Veamos como Lucas transmite a su comunidad la experiencia gozosa que él ha vivido de la resurrección de Jesús.

‘Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos.’

En estos dos discípulos veo el desencanto, la decepción, incluso la frustración. Habían seguido a Jesús, esperaban que él fuese el Mesías, pero ya son tres días desde que lo crucificaron, y no hay nada de nada. Mejor volverse al pueblo y reiniciar la vida anterior.

Mientras hablan y discuten de todo ello, Jesús se acerca y se pone a caminar con ellos. Es esta la manera de hacer de Dios, que apenas ve que se abre una pequeña brecha en la vida de una persona, ahí se hace presente. Eso sí, el primer paso tiene que darlo la persona.

Puede ser la lectura y/o meditación de una página bíblica, el compartir en pareja, en grupo la inquietud por las cosas de Arriba…

‘Ellos lo veían, pero había algo que les impedía de reconocerlo.’

Me pregunto por ese algo. ¿Qué era lo que les impedía de reconocerlo? Lo veían, pero no llegaban a reconocerlo.

La respuesta nos la da el mismo Jesús.

‘Entonces Jesús les dijo:

--¡Hombres sin inteligencia! ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?’

Me imagino a una persona que habla con su amigo y le cuenta algo que es verdadero. Pero éste no se lo cree. El insiste y le dice: ‘pero ¿porqué te obstinas a no dar crédito a lo que te estoy diciendo?’. Es una actitud de desconfianza.

¿No era esto lo que les pasaba a los dos discípulos de Jesús? Hablaban de Él, discutían, pero ahí se quedaban.

‘Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.’

Incluso dudan del testimonio de las mujeres que formaban parte del grupo.

Ese algo que les impedía de reconocerlo es esta falta de confianza en la Palabra de Dios, es decir, en Él mismo, y en el testimonio de los otros.

Esto me recuerda los pasajes del Evangelio donde Jesús echa en cara a los discípulos la falta de fe, de confianza.

Y Sta Teresita del Niño Jesús, que decía: “Es la confianza y nada más que la confianza la que nos conduce al Amor”.

Se reconoce al Señor cuando hay confianza en El.

‘Él les dijo:

--¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?

Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó:

--¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?

El les preguntó:

-- ¿Qué?

Ellos le contestaron:

--Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto.’

Como quien no sabe de qué van las cosas, Jesús entra en el diálogo haciéndoles una primera pregunta, y apenas ve la posibilidad, salta sobre la segunda.

Estas dos preguntas permiten a los dos discípulos de expresar lo que sienten, lo que llevan en las entrañas. De una manera, aparentemente ingenua, Jesús les ha ayudado a expresar sus sentimientos.

Según veo, el camino del encuentro con Dios pasa por reconocer lo que se siente en lo más profundo de sí mismo. Reconocerlo y ponerle nombre.

A veces, podemos pensar que se puede ir hacia Dios dando un rodeo a nuestros pensamientos, sentimientos, pasiones y emociones. Como si una cosa fuese la vida espiritual y otra la vida humana. ¡Eh, no! Reconocer, familiarizarse, explorar lo que nos mueve realmente, es el camino para crecer espiritualmente, para reconocer al que está vivo.

 ‘Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo:

--Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.’

Lo veían y no lo reconocían. Pero algo se está moviendo en sus corazones: se sienten considerados, escuchados, comprendidos. Es el lenguaje de Dios. Y no pueden dejarlo irse. ‘Quédate con nosotros’. Pero si no lo conocían. Es el milagro de Dios: vuelven a tener confianza, a mirar con los ojos de la esperanza.

‘Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.’

Ahí está. Ahora sí. ¡Es Él! En el momento en que Jesús se da, lo reconocen.

‘Pero él desapareció.’

Esto parece como jugar al escondite: te veo y no te veo. Y de nuevo a buscarlo.

La fe es confianza. A Dios no se le puede atrapar, modelar según nuestros criterios y pensamientos. Él va siempre delante, abriendo caminos nuevos, horizontes que todavía no han sido descubiertos.

‘-- ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?’

Y lo que queda grabado en el corazón es la experiencia gozosa de sentirse amado y querido incondicionalmente por Él. Esta experiencia, nadie ni nada puede quitárnosla.

Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:

--Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.

Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

¡Feliz tiempo Pascual!

Un abrazo. Fraternalmente.

Fernando García

 

 

lunes, 2 de mayo de 2011

Tiempo Pascual

AL HILO DEL EVANGELIO (12)

Jn 20,19-31

La resurrección del Señor es un don que se manifiesta en signos concretos. Veámoslos tal como nos lo presenta hoy el evangelio de Juan.

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

-- Paz a vosotros.

El primero de ellos es el don de la paz.

Me gusta traducirla por confianza. La paz da serenidad, confianza, saber que el Señor te acompaña, que no estás solo. Es una fuerza interior muy grande. La tormenta puede llegar, las olas pueden embestir, pero si hay esta confianza en El, nada ni nadie podrá contra ti.

Esta paz antes que nada es un don de lo Alto, de Dios.

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

El segundo es el don de la alegría.

Es la alegría que brota del fondo del corazón, que significa que has encontrado el tesoro escondido, que no hay otra realidad a la que se pueda comparar. Eso lo sabe tu corazón, que ha encontrado al Amado.

Jesús repitió:

-- Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

El tercero es el don del envío.

‘No se alumbra una luz para esconderla bajo el celemín. Se alumbra para que pueda iluminar a todos los de la casa. Ilumine así vuestra vida delante de todos los hombres, de tal manera que viendo el bien que hacéis, puedan alabar a vuestro Padre que está en los cielos’. (Mt 5,15-16)

Se recibe para dar. Es la lógica pascual.

Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:

-- Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

El cuarto es el don del Espíritu.

En la misión, no estamos solos. El verdadero protagonista es el Espíritu Santo. Sin El, toda nuestra acción se quedaría a un nivel muy terrenal.

Me gusta traducir el Espíritu por respiración, soplo vital. Es el aliento de Dios que nos acompaña día y noche, despiertos o dormidos, y sin darnos cuenta. Sin él, ¿cómo podremos continuar a vivir?, ¿qué vida podremos transmitir?.

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:

-- Hemos visto al Señor.

Pero él les contestó:

-- Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.

La tentación de la autosuficiencia, de hacer el camino solo, de no confiar más que en sí mismo, de poner en duda lo que la comunidad ha vivido o está viviendo…

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:

-- Paz a vosotros.

Luego dijo a Tomás:

-- Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.

Contestó Tomás:

-- ¡Señor Mío y Dios mío!

Jesús le dijo:

-- ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre.

Tomás. ¿Quién no se reconoce en El? ¿Quién no quiere ver antes de confiar?. Y sin embargo, Jesús nos ha dicho: Dichosos los que crean sin haber visto. Confiar es una cuestión de corazón, de amor.

¡Feliz tiempo Pascual!

Un abrazo. Fraternalmente.

Fernando García