martes, 10 de mayo de 2011

Los discípulos de Emaús

AL HILO DEL EVANGELIO (13)

Lc 24,13-35

Jesús sigue manifestándose a sus discípulos, en este caso, a los de Emaús. Ellos tienen un poco de dificultad para reconocerlo, pero al final se les abren los ojos. En ese momento, él vuelve a desaparecer.

¿Qué hay detrás de esta página? ¿Cómo pueden nuestros ojos abrirse a la presencia del Señor Jesús resucitado? Veamos como Lucas transmite a su comunidad la experiencia gozosa que él ha vivido de la resurrección de Jesús.

‘Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos.’

En estos dos discípulos veo el desencanto, la decepción, incluso la frustración. Habían seguido a Jesús, esperaban que él fuese el Mesías, pero ya son tres días desde que lo crucificaron, y no hay nada de nada. Mejor volverse al pueblo y reiniciar la vida anterior.

Mientras hablan y discuten de todo ello, Jesús se acerca y se pone a caminar con ellos. Es esta la manera de hacer de Dios, que apenas ve que se abre una pequeña brecha en la vida de una persona, ahí se hace presente. Eso sí, el primer paso tiene que darlo la persona.

Puede ser la lectura y/o meditación de una página bíblica, el compartir en pareja, en grupo la inquietud por las cosas de Arriba…

‘Ellos lo veían, pero había algo que les impedía de reconocerlo.’

Me pregunto por ese algo. ¿Qué era lo que les impedía de reconocerlo? Lo veían, pero no llegaban a reconocerlo.

La respuesta nos la da el mismo Jesús.

‘Entonces Jesús les dijo:

--¡Hombres sin inteligencia! ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?’

Me imagino a una persona que habla con su amigo y le cuenta algo que es verdadero. Pero éste no se lo cree. El insiste y le dice: ‘pero ¿porqué te obstinas a no dar crédito a lo que te estoy diciendo?’. Es una actitud de desconfianza.

¿No era esto lo que les pasaba a los dos discípulos de Jesús? Hablaban de Él, discutían, pero ahí se quedaban.

‘Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.’

Incluso dudan del testimonio de las mujeres que formaban parte del grupo.

Ese algo que les impedía de reconocerlo es esta falta de confianza en la Palabra de Dios, es decir, en Él mismo, y en el testimonio de los otros.

Esto me recuerda los pasajes del Evangelio donde Jesús echa en cara a los discípulos la falta de fe, de confianza.

Y Sta Teresita del Niño Jesús, que decía: “Es la confianza y nada más que la confianza la que nos conduce al Amor”.

Se reconoce al Señor cuando hay confianza en El.

‘Él les dijo:

--¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?

Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó:

--¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?

El les preguntó:

-- ¿Qué?

Ellos le contestaron:

--Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto.’

Como quien no sabe de qué van las cosas, Jesús entra en el diálogo haciéndoles una primera pregunta, y apenas ve la posibilidad, salta sobre la segunda.

Estas dos preguntas permiten a los dos discípulos de expresar lo que sienten, lo que llevan en las entrañas. De una manera, aparentemente ingenua, Jesús les ha ayudado a expresar sus sentimientos.

Según veo, el camino del encuentro con Dios pasa por reconocer lo que se siente en lo más profundo de sí mismo. Reconocerlo y ponerle nombre.

A veces, podemos pensar que se puede ir hacia Dios dando un rodeo a nuestros pensamientos, sentimientos, pasiones y emociones. Como si una cosa fuese la vida espiritual y otra la vida humana. ¡Eh, no! Reconocer, familiarizarse, explorar lo que nos mueve realmente, es el camino para crecer espiritualmente, para reconocer al que está vivo.

 ‘Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo:

--Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.’

Lo veían y no lo reconocían. Pero algo se está moviendo en sus corazones: se sienten considerados, escuchados, comprendidos. Es el lenguaje de Dios. Y no pueden dejarlo irse. ‘Quédate con nosotros’. Pero si no lo conocían. Es el milagro de Dios: vuelven a tener confianza, a mirar con los ojos de la esperanza.

‘Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.’

Ahí está. Ahora sí. ¡Es Él! En el momento en que Jesús se da, lo reconocen.

‘Pero él desapareció.’

Esto parece como jugar al escondite: te veo y no te veo. Y de nuevo a buscarlo.

La fe es confianza. A Dios no se le puede atrapar, modelar según nuestros criterios y pensamientos. Él va siempre delante, abriendo caminos nuevos, horizontes que todavía no han sido descubiertos.

‘-- ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?’

Y lo que queda grabado en el corazón es la experiencia gozosa de sentirse amado y querido incondicionalmente por Él. Esta experiencia, nadie ni nada puede quitárnosla.

Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:

--Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.

Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

¡Feliz tiempo Pascual!

Un abrazo. Fraternalmente.

Fernando García

 

 

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