martes, 20 de septiembre de 2011

Dios es bueno

AL HILO DEL EVANGELIO (22)
Mt 20,1-16
'En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
-- El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: "Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido." Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: "¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?" Le respondieron: "Nadie nos ha contratado." Él les dijo: "Id también vosotros a mi viña."
Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: "Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros." Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: "Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno." Él replicó a uno de ellos: "Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?" Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.'
 
La primera idea que surge en mí escuchando esta parábola es la siguiente: Dios es bueno. Su bondad es otra cosa. No se puede comparar con nuestra manera de reaccionar. Dios va más allá de lo que pensamos e imaginamos. Y, al mismo tiempo, Él nos invita a acercarnos a su manera de ser y de proceder. Y no sólo acercarnos, sino llegar a ser como Él. ¡Qué alegría para Dios!
El Reino de los Cielos es Dios. Cuando Jesús comienza a predicar, las primeras palabras que dice son: 'El tiempo se ha cumplido. El Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en el Evangelio, en la Buena Noticia'. Es necesaria la conversión para comprender el modo de ser de Dios. Si nos quedamos a nuestro nivel, con nuestra manera de pensar de aquí, no iremos muy lejos en las cosas de Dios. Hay que alzar la mirada hacia lo Alto y situarse en ese nivel.
Los jornaleros que estaban trabajando desde la mañana temprano no podían comprender que los que llegaron al atardecer recibieran lo mismo que ellos. Se enfadan contra el amo. Y nosotros le habríamos dado la razón. Es la manera de pensar de 'aquí'. Dios, por el contrario, se sitúa a otro nivel. Es el nivel de la gracia, de la gratuidad. Él da generosamente sin preguntar quien es el que lo recibe. Esta es la bondad de Dios.
¿Podemos hacer como Dios?, ¿reaccionar como Él?, ¿pensar como Él?, ¿ser buenos como Él? ¡Claro que sí! Creo que a la base está la experiencia que tenemos de Él. Dios me acoge y me ama como soy, con mis debilidades, mis meteduras de pata, mis celos, mis envidias, mis falsedades, mis egocentrismos, mis injusticias, mis dobleces… así como soy. Cuando me siento amado por Dios 'así como soy', es entonces que empiezo a comprender la manera de ser de Dios, el Reino de los Cielos.
'¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?' Dios es bueno. Es todo.
 
Hay otro elemento importante en esta parábola: los obreros del atardecer. "¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?" Le respondieron: "Nadie nos ha contratado." Él les dijo: "Id también vosotros a mi viña." Nadie nos ha contratado. Pienso en todas las personas que esperan que alguien les invite a trabajar en la viña del Señor, a vivir de una manera más humana, sinónimo de divina. ¿Y quién los va a invitar sino la persona que lo ha experimentado?
Un abrazo. Fraternalmente.
Fernando García

lunes, 12 de septiembre de 2011

Perdonar

AL HILO DEL EVANGELIO (21)

Mt 18,21-35

‘En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús:

--Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?

Jesús le contesta:

--No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

Y les propuso esta parábola:

--Se parece el Reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo".

El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: "Págame lo que me debes." El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré". Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido.

Entonces el señor lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?" Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.’

 

Debía haber sus más y sus menos en las primeras comunidades cristianas. De hecho, allí donde hay varias personas, hay sus problemillas. Parece que va con la naturaleza del ser humano. ¿Qué hacer cuando hay rivalidad, envidia, celos, rencillas, cotilleos abundantes…? Jesús le responde a Pedro que no basta con perdonar siete veces, sino hasta setenta veces siete. Es decir, el perdón en nuestros labios y en nuestro corazón continuamente. Y les propone una parábola para indicarles que esa es la manera de proceder en el Reino de los cielos.

A partir de las palabras de Jesús, saco una primera enseñanza: puedo perdonar, podemos perdonar. Dios ha sembrado en nuestros corazones la semilla de la eternidad, de lo que no perece. Esa semilla está en lo más profundo de nuestros corazones. Sólo necesita que se haga confianza en ella.

A veces pienso que es cuestión de hacer clic, simplemente decir puedo. A partir de ese momento, el Señor hace el resto. Y lo que nos parecía imposible se realiza. Se trata, en el fondo, de creer en la belleza de Dios, de hacer confianza en su Palabra que crea y renueva la faz de la tierra.

Perdonar, ¿es difícil? Desde luego que no es fácil porque a menudo ese gesto, esa palabra… toca nuestras fibras sensibles, nos hiere. No es fácil, pero está a nuestro alcance. Para lograrlo hay que alzar la mirada hacia Arriba. La aparente imposibilidad de perdonar nos puede venir del hecho que nuestra mirada se dirige hacia abajo, hacia lo que es terrestre.

Cuando se vive una situación difícil con una persona, cuando el perdón no brota espontáneamente de nuestros labios y aún menos de nuestro corazón, ¿qué hacer? Creo que hay una fórmula muy sencilla y evangélica. Se trata simplemente de pedir la bendición del Señor sobre esta persona, desearle todo el bien del mundo: ‘bendice, Señor, a este hermano/a’. De esta manera preparamos nuestro corazón a acoger la misericordia de Dios. Y cuando abrimos las puertas a Dios, los nudos difíciles se empiezan a desliar.

Otra cosa, no hay que dejarse condicionar porque no hay una respuesta positiva, como lo desearíamos. Jesús nos dice que Dios hace salir el sol sobre justos e injustos, es decir, no espera que haya una respuesta positiva para hacer el bien, simplemente lo hace. Y a continuación nos invita a ser santos como Dios nuestro Padre es santo. Si El nos invita, quiere decir que tenemos todo el potencial para serlo.

Viendo la actitud del primer empleado de la parábola con su compañero, saco otra enseñanza. En la vida hay que saber reconocer con humildad, pero también con valentía, los propios pecados, las debilidades. Se puede vivir como si se estuviese ciego consigo mismo, sin darse cuenta de lo que uno realmente es. Al final de la jornada, dedicar un tiempo para mirarse a sí mismo, como se hace delante del espejo. Y saber reconocerlo. ¡Qué gracia de Dios!

Un abrazo. Fraternalmente.

Fernando García