lunes, 12 de septiembre de 2011

Perdonar

AL HILO DEL EVANGELIO (21)

Mt 18,21-35

‘En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús:

--Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?

Jesús le contesta:

--No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

Y les propuso esta parábola:

--Se parece el Reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo".

El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: "Págame lo que me debes." El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré". Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido.

Entonces el señor lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?" Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.’

 

Debía haber sus más y sus menos en las primeras comunidades cristianas. De hecho, allí donde hay varias personas, hay sus problemillas. Parece que va con la naturaleza del ser humano. ¿Qué hacer cuando hay rivalidad, envidia, celos, rencillas, cotilleos abundantes…? Jesús le responde a Pedro que no basta con perdonar siete veces, sino hasta setenta veces siete. Es decir, el perdón en nuestros labios y en nuestro corazón continuamente. Y les propone una parábola para indicarles que esa es la manera de proceder en el Reino de los cielos.

A partir de las palabras de Jesús, saco una primera enseñanza: puedo perdonar, podemos perdonar. Dios ha sembrado en nuestros corazones la semilla de la eternidad, de lo que no perece. Esa semilla está en lo más profundo de nuestros corazones. Sólo necesita que se haga confianza en ella.

A veces pienso que es cuestión de hacer clic, simplemente decir puedo. A partir de ese momento, el Señor hace el resto. Y lo que nos parecía imposible se realiza. Se trata, en el fondo, de creer en la belleza de Dios, de hacer confianza en su Palabra que crea y renueva la faz de la tierra.

Perdonar, ¿es difícil? Desde luego que no es fácil porque a menudo ese gesto, esa palabra… toca nuestras fibras sensibles, nos hiere. No es fácil, pero está a nuestro alcance. Para lograrlo hay que alzar la mirada hacia Arriba. La aparente imposibilidad de perdonar nos puede venir del hecho que nuestra mirada se dirige hacia abajo, hacia lo que es terrestre.

Cuando se vive una situación difícil con una persona, cuando el perdón no brota espontáneamente de nuestros labios y aún menos de nuestro corazón, ¿qué hacer? Creo que hay una fórmula muy sencilla y evangélica. Se trata simplemente de pedir la bendición del Señor sobre esta persona, desearle todo el bien del mundo: ‘bendice, Señor, a este hermano/a’. De esta manera preparamos nuestro corazón a acoger la misericordia de Dios. Y cuando abrimos las puertas a Dios, los nudos difíciles se empiezan a desliar.

Otra cosa, no hay que dejarse condicionar porque no hay una respuesta positiva, como lo desearíamos. Jesús nos dice que Dios hace salir el sol sobre justos e injustos, es decir, no espera que haya una respuesta positiva para hacer el bien, simplemente lo hace. Y a continuación nos invita a ser santos como Dios nuestro Padre es santo. Si El nos invita, quiere decir que tenemos todo el potencial para serlo.

Viendo la actitud del primer empleado de la parábola con su compañero, saco otra enseñanza. En la vida hay que saber reconocer con humildad, pero también con valentía, los propios pecados, las debilidades. Se puede vivir como si se estuviese ciego consigo mismo, sin darse cuenta de lo que uno realmente es. Al final de la jornada, dedicar un tiempo para mirarse a sí mismo, como se hace delante del espejo. Y saber reconocerlo. ¡Qué gracia de Dios!

Un abrazo. Fraternalmente.

Fernando García

 

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