domingo, 20 de mayo de 2012

La Ascensión

AL HILO DEL EVANGELIO (38)

Ac 1, 1-11

En mí primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo y, apareciéndose durante cuarenta días, les hablo del reino de Dios.

Una vez que comían juntos les recomendó:

-- No es alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua; dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.

Ellos le rodearon preguntándole:

-- Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?

Jesús contestó:

-- No es toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo.

Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban atentos al cielo, viéndole irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron:

-- Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse.

 

La Ascensión del Señor al cielo es uno de los momentos importantes en el periodo pascual. Jesús ha resucitado pero no se queda aquí, vuelve a la casa del Padre. Más tarde, volverá para acompañarnos a cada uno de nosotros en ese camino que nos conducirá hacia la última morada. Esta es nuestra fe.

Nuestro destino no es de permanecer aquí, en la tierra. Hemos sido creados para vivir aquí como ciudadanos de lo Alto. Y si nuestro destino definitivo es el cielo, hay que ir preparándose para ello. ¿De qué manera? Una manera sencilla consiste en imaginar ese cielo, la vida con Dios que nos espera. Es bueno que esa imaginación sea lo más concreta posible (relaciones humanas, estados de ánimo, diálogos,…). A medida que se va imaginando, el corazón empieza a gustarlo, a saborearlo (“¡Qué bien se está aquí!”, “¡Qué belleza vivir así!”) y a desearlo profundamente (“¡No puedo vivir de otra manera!”). De ahí a vivirlo ya no hay más que un pequeño paso. Y en esa tarea cotidiana, Jesús no nos deja solos.  ¡Bendita compañía!

 

Fraternalmente. Fernando

 

 

 

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