domingo, 13 de mayo de 2012

Permaneced en mi amor

AL HILO DEL EVANGELIO (37)

13 Mayo 2012

Jn 15,9-17

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

-- Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.

Es un texto genial. Jesús nos invita a permanecer en su amor. Él nos ha amado y continúa amándonos. Pienso en ello, cuando una persona toca tu corazón, te ama como eres, te acoge sin detenerse a pensar en esto o en aquello. Simplemente te ama. ¿Hay alguna razón para ello? Simplemente el amor. ¡Qué grande es Dios!

Y puesto que él nos ama, nos invita a hacer lo mismo. ¡Podemos amar como Dios nos ama! Es curioso, la clave está en darse cuenta que Dios me ama tal como soy. Esa parte del ‘tal como soy’ que sólo conozco yo. Cuando me doy cuenta de ello, surgen las lágrimas en mis ojos. Entonces, ¿cómo no amar al otro tal que él es? Amar así es un don, un regalo de la Resurrección.

La consecuencia lógica de esta manera de amar es que a partir de ese momento el centro de la vida no eres tú, tu ombligo. El centro está situado fuera de ti. Son los otros, que en ese momento se convierten en parte de tu vida. Dar la vida por los amigos. ¡Qué belleza una vida vivida amando! ¡Qué belleza vivir la vida pensando en los demás! Es la belleza de Dios.

Y Jesús nos llama AMIGOS. Él ha compartido con nosotros su intimidad. Entre Él y nosotros no hay secreto. Él nos ha abierto su corazón. ¡Ser amigos de Dios! ¿Y quién soy yo para ser objeto de predilección de esta amistad divina? Sólo una palabra sale de mi boca: ¡GRACIAS, Señor! No soy yo quien te he elegido, eres tú quien me has elegido y has sembrado en mi corazón la semilla divina para que pueda dar, como tú, el fruto que no perece, ese que es eterno: el fruto del AMOR.

A partir de ahí, todo lo que pidamos al Padre en su nombre, Él nos lo dará.

Fraternalmente. Fernando

 

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