lunes, 4 de junio de 2012

La Santísima Trinidad

AL HILO DEL EVANGELIO (39)

Mt 28, 16-20

En aquel tiempo los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo:

-- Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final del mundo

 

Delante de la fiesta de la Santísima Trinidad me pregunto sobre la identidad de nuestro Dios. Bajo el nombre de Dios se esconden diferentes maneras de comprenderlo. Por eso es bueno preguntarse qué hay detrás del Dios que se nos presenta como Trinidad.

Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas que viven juntas, que se necesitan mutuamente para ser lo que cada una de ellas es. Pero no se anulan, al contrario hay un gran respeto entre ellas: el Padre no es el Hijo, el Hijo no es el Espíritu, el Espíritu no es el Padre y viceversa. Pero el Padre para ser Padre necesita del Hijo y del Espíritu, etc. Es decir, que para ser lo que son, cada uno necesita del otro.

Nuestro Dios no es un Dios solitario, que se basta a sí mismo para vivir. Es un Dios comunidad, comunión, que tiene ‘necesidad’ del otro para revelar su verdadera identidad.

A partir de ahí saco alguna enseñanza para nuestra vida. Ser reflejo de Dios significa comprenderse en relación a los otros. No puedo vivir como si los otros no existiesen. Si en algún momento nos instalamos en esta concepción, debemos saber que no estamos adorando al Dios cristiano, sino a otra imagen de Dios que le hemos dado. Por consiguiente, hay que salir de ahí lo más rápidamente posible. ¿No es esa la realidad del infierno?

Vivo y me realizo plenamente cuando busco al Señor pasando por el otro (familia, amistad, vecindad, compañerismo…). No puedo prescindir del otro, como si su vida no me concerniese. Cuando cuento con el otro, estoy creciendo humanamente. Cuando doy de lado al otro, me deterioro en mi humanidad.

Tener la imagen de la Trinidad delante de los ojos como estímulo continuo de la vocación humana: ser único e incomparable en comunión profunda con el que es diferente, que es único e incomparable igualmente.

Ese es el Dios que anunciamos para “hacer discípulos de todos lo pueblos de la tierra”, formando esa gran familia humana que tiene como origen y destino la Santísima Trinidad.

Fraternalmente. Fernando

 

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