lunes, 6 de febrero de 2012

La fiebre

AL HILO DEL EVANGELIO (32)

Mc 1,29-39

“Cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo hicieron saber enseguida. Él se acercó a ella, la tomó de la mano y la levantó. Se le fue la fiebre y se puso a servirles.”

Es una escena bonita. Todo pasa con rapidez. Jesús con dos de sus discípulos va a casa de Simón y Andrés. ¿Por qué no ver en esta casa el núcleo de la primera comunidad cristiana? Allí hay una persona -la suegra de Simón- que está en la cama con fiebre. Es una realidad, cuando se tiene fiebre uno no tiene ganas de hacer nada, la alegría de la vida desaparece. Y si es una fiebre alta, no se ven muchas perspectivas de futuro, más bien todo parece negativo. ¿No es esto lo que sucede en esta comunidad cristiana? La fiebre del pesimismo, del vivir y pensar para sí, del olvidarse de los demás… y de Dios.

La sola presencia de Jesús desbloquea la situación: se acerca, la toma de la mano y la levanta. Y el ‘milagro’ se realiza: se puso a servirles.

Son momentos, períodos, temporadas, días, donde no hay muchas ganas de vivir, todo parece triste, el color de la monotonía se instala en nuestras vidas. Falta la chispa del entusiasmo, la alegría de vivir para los demás, la esperanza en el mañana, la sonrisa que alegra el corazón del que está enfrente, el sacrificio alegre del anonimato…

Todo ello sucede cuando nos aislamos de Jesús, le damos la espalda, miramos en otra dirección. Y como un virus contagioso la fiebre se instala y la propagamos a nuestro alrededor. ¡Dios mío, que triste es vivir así!

El cambio llega cuando, por pura gracia de Dios, Él nos visita y nosotros lo acogemos. No se necesitan grandes discursos, basta decir: ‘Señor, ayúdame, que esto no es vida’; y añadir: ‘Señor, cuento contigo, tengo confianza en ti’. Y el cambio llega.

Qué alegría de levantarse por la mañana y ver  la luz del nuevo día como un regalo que nos es dado por pura gracia, por puro amor. Y llegar a mediodía y seguir respirando la ternura de una vida que nos ha sido dada para hacer agradable la vida de los demás. Y a la noche, estar satisfecho de todo lo vivido y poder dormir en paz. ¡Qué buen descanso para comenzar un nuevo día!

 

“Al atardecer, cuando se puso el sol, le llevaron toda clase de enfermos y endemoniados. Toda la población se agolpaba a la puerta. Él sanó a muchos enfermos de dolencias diversas y expulsó a numerosos demonios, a los que no les permitía hablar, porque lo conocían.

Muy de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, se levantó, salió y se dirigió a un lugar despoblado, donde estuvo orando.”

Ahí está el secreto de una vida lograda, vivida de pie y no en la cama, sana y no enfermiza, de una vida que piensa antes en los demás que en uno mismo: es la oración, el diálogo cotidiano con nuestro Padre. Levantarse temprano, un poco antes de que comience el ajetreo de la jornada, y ahí a solas con Él, escucharlo en su Palabra, confiarse enteramente, ponerse en sus manos y dejarse guiar. No hay otro secreto para el milagro.

 

“Simón y sus compañeros lo buscaron y cuando lo encontraron, le dijeron: ---Todos te están buscando.

Les respondió: ---Vámonos de aquí a las aldeas vecinas, para predicar también allí, pues a eso he venido. Y fue predicando en sus sinagogas y expulsando demonios por toda Galilea.”

Y el camino de la vida continúa. No podemos detenernos.

Fraternalmente. Fernando García

 

 

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