martes, 29 de marzo de 2011

La Samaritana

AL HILO DEL EVANGELIO (7)

Jn 4,5-42

Tercer Domingo de Cuaresma. La progresión en la fe: de la nada a descubrir que ese que le está hablando es el Mesías, de la pasividad a testimoniar a otros lo que acaba de descubrir, contagiándoles el deseo de descubrir la persona que le ha dado el manantial de la verdadera vida . Un camino a recorrer. Veámoslo más despacio.

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaría llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José: allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice:

--Dame de beber.

(Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.)

La samaritana le dice:

--¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?

(Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.)

Es Jesús quien comienza este encuentro. Tiene sed. Pide agua. A partir de aquí inicia un diálogo, que se revela como una enseñanza. Él va a ayudarle a caer en la cuenta de la verdadera sed que la habita.

Jesús le contestó:

--Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.

Es la puerta de entrada. Conocer el don de Dios. Conocer lo que Dios está dándote. Caer en la cuenta de todo ello.

La mujer le dice:

--Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?

Jesús le contestó:

--El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.

El diálogo se hace interesante. La mujer intenta comprender. Jesús aprovecha la pequeña brecha que se ha abierto en el corazón de la mujer para establecer la diferencia entre el agua que no quita la sed y el agua que El mismo ofrece, agua que da la vida eterna.

La mujer le dice:

--Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.

La brecha se ha abierto completamente. Ahora es ella quien pide esa agua que quita la sed, y que aliviará el esfuerzo cotidiano.

Él le dice:

--Anda, llama a tu marido y vuelve.

La mujer le contesta:

-- No tengo marido.

Jesús le dice:

--Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.

Para recibir esta agua, Jesús pone una condición: reconocer la verdad de la propia vida, aunque esta sea dolorosa.

‘Cinco maridos’. Demasiado esfuerzo inútil, demasiada dispersión. Ir de aquí para allá, probar, apegarse a lo que vuelve a darte sed. Reconocerlo es la condición que Jesús pone a esta mujer para acoger el don de Dios, todo lo que Dios ofrece.

La verdad en la vida. Basta de engañarse, de hacerse falsas ilusiones para volver a caer en lo mismo.

La mujer le dice:

--Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.

Jesús le dice:

--Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.

Y ahora la mujer habla del culto: ¿dónde?, ¿en este monte o en Jerusalén?. Esta mujer vino, como tantas otras veces, a por un cántaro de agua. Sin darse cuenta, Jesús la está llevando a descubrir el verdadero culto, que se hace en espíritu y en verdad.

La mujer le dice:

--Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo.

Jesús le dice:

--Soy yo, el que habla contigo.

Y en ese deseo, que se ha despertado en ella por adorar al verdadero Dios, descubre que quien le habla es el Mesías, el Cristo.

En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: "¿Qué le preguntas o de qué le hablas?" La mujer entonces dejó su cántaro,

Su cántaro. Ya no le sirve. Demasiado tiempo perdido, tanta energía desaprovechada, beber para volver a tener sed. Ahora ha encontrado la fuente de agua viva.

se fue al pueblo y dijo a la gente:

--Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será éste el Mesías?

Y tanta es su alegría que no puede retenerla. Tiene que anunciarlo, gritarlo a los cuatro vientos. Sí, este hombre la conocía antes que ella fuese al pozo. Sabía lo que en el fondo buscaba, conocía lo raíz de la sed que continuaba a venir. Eso no se puede quedar para uno. Hay muchas otras personas que esperan que alguien, que ha descubierto en este hombre al Mesías, se lo anuncie también a ellos.

En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer:

--Me ha dicho todo lo que he hecho.

Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer:

--Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.

¡Feliz semana!

Un abrazo. Fraternalmente.

Fernando García

 

lunes, 21 de marzo de 2011

La Transfiguración

AL HILO DEL EVANGELIO (6)

Mt 17,1-9

Caminamos con Jesús en este tiempo de Cuaresma, tiempo de gracia. ¿Qué es lo que hoy nos quiere enseñar?: la experiencia de la Transfiguración. No la vive solo. A su lado están Pedro, Santiago y Juan. Son sus discípulos. Nosotros también lo somos. Lo que ellos han vivido ¿no es también nuestra experiencia? Veámoslo más de cerca.

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.

Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:

--Señor, ¡qué hermoso es estar aquí!

La belleza de estar con el Señor, de vivir en su presencia, de dejarse llevar por El. Todo es claridad, transparencia, LUZ.

Si quieres, haré tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

Y, a continuación, la tentación: querer quedarse ahí.

Me viene a la mente la espiritualidad intimista. Nos encontramos en nuestro grupo, cantamos, oramos, celebramos, compartimos, nos sentimos a gusto, protegidos… Mientras estamos en ese ambiente de calor humana, todo es belleza. La tentación: que todo eso que se ha vivido quede ahí, en el círculo de la sala, entre los amigos, separar lo de dentro y lo de fuera. Sería como una especie de microclima, que no se expone en contextos diferentes y adversos.

Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía:

--Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.

Una manera de seguir a Jesús sin tener en cuenta su Palabra. ¿Es posible? Es una gran tentación: quedarse en el nido ‘familial’, oyéndose a sí mismo. ¿Cómo vencerla? Escuchándolo, dedicando tiempo a estar con El. Y así, como esa lluvia que cae lentamente y va empapando toda la tierra, la Palabra va modelando todo lo que se es.

Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.

¿A qué se debe este espanto?, ¿por qué tienen miedo? Acaban de oír una Buena Noticia y se caen de miedo, como se suele decir en este caso, se hacen el pipí en los pantalones. ¿Por qué?

Pues, sencillamente, porque la experiencia de la vida cristiana te lanza al mundo, con sus contradicciones, sus desafíos, sus indiferencias, sus potencialidades…, en la familia, entre los compañeros de trabajo, en el trabajo, en los medios de comunicación, en el ocio, en los márgenes de la sociedad…Y ahí hay que vivir lo que se ha escuchado, lo que se ha vivido en el útero comunitario. Los discípulos tienen miedo, porque saben lo que les espera.

Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:

--Levantaos, no temáis.

No están solos. El miedo desaparece cuando sentimos la presencia del Señor a nuestro lado que nos anima, nos levanta. Nos hace ver que esa experiencia de Transfiguración es una Buena Noticia para nuestra familia, nuestros amigos, nuestros compañeros de trabajo, nuestra sociedad…

Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.

Ningún otro, sólo El. Ningún otro apoyo, sólo El. Ninguna otra seguridad, sólo El.

Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:

--No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.

¡Feliz semana!

Un abrazo. Fraternalmente.

Fernando García

 

domingo, 13 de marzo de 2011

Cuaresma

AL HILO DEL EVANGELIO (5)

13 marzo 2011

Mt 4,1-11

En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo.

Inicia el tiempo de la Cuaresma. Un período de cuarenta días, de preparación al gran acontecimiento pascual. Un tiempo de gracia. Es el Espíritu el que lleva a Jesús al desierto para que sea tentado por el diablo. ¿Es posible? El Evangelio nos dice que fue así. Más aún, una primera conclusión sería que sin tentación no hay vida cristiana. Si Jesús ha sido tentado, quien lo sigue es también tentado. ¿De qué manera interpretarlo?

Me parece que la palabra clave para entender todo esto es el desierto. Entre las diferentes imágenes que me vienen al pensamiento cuando pienso en el desierto es la de sentirme perdido, desorientado. En medio del desierto, sin orientación alguna, sin puntos de referencia, ¿dónde ir?, ¿qué camino tomar?. ¿No es esta la realidad en algunos momentos de nuestra vida?: delante de una encrucijada, de una proposición, de una opción… ¿qué hacer?. Y es ahí donde aparece la presencia del diablo, proponiéndote su plan, su proyecto, su camino. Diablo, en su sentido etimológico, como quien intenta separarte de Dios, de la raíz de tu vida.

Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.

Es lo que vivió Jesús. En ciertos momentos de su vida sintió la fascinación, la atracción por lo que el tentador le proponía. Sintió hambre, sintió el deseo de tener, de conseguir lo que había dejado atrás. En su interior había una pequeña voz de hacer las cosas de otra manera, a la manera del ‘mundo’.

El tentador se le acercó y le dijo:

--Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.

¡Ah!, las cosas fáciles, la atracción por aprovechar de la ocasión, del momento, de la posición para ‘asegurarse’ la vida, para ‘dormir’ tranquilo.

Pero él le contestó, diciendo:

--Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios."

La tentación está ahí. Sólo puede ser vencida por la fuerza de la Palabra de Dios hecha carne de nuestra carne.

Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el alero del templo y le dice:

--Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras."

Jesús le dijo:

--También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios."

Pedir a Dios cosas imposibles. Utilizar, en el sentido de manipular, la Palabra para fines propios, en el sentido de egoístas.

Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo:

--Todo esto te daré, si te postras y me adoras.

El texto podría haber comenzado por esta tentación, ya que muestra la verdadera intención del diablo, su verdadera cara. Con la primera no ha podido separarlo de Dios Padre, tampoco con la segunda. Lo que desea el diablo es que se le adore, y se le sirva incondicionalmente. Con los medios que él pone a tu alcance -sin escrúpulos, sin moral-, lograrás ser ‘alguien’ en el mundo.

Entonces le dijo Jesús:

--Vete, Satanás, porque está escrito: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto."

Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían

Adorar al Señor, tu Dios, es adorar a quien lleva su imagen, cada persona que vas encontrando en el camino.

Lo opuesto, es pensar en ti, en ti y en ti.

¡Feliz semana! y ¡feliz conversión!

Un abrazo. Fraternalmente.

Fernando García