lunes, 21 de febrero de 2011

Sed perfectos

AL HILO DEL EVANGELIO (4)

Mt 5,38-48

‘Sed perfectos como vuestro Padre celeste es perfecto’.

Con esta frase concluye el Evangelio de hoy. Cuando Jesús ha comenzado a hablar a sus discípulos les ha dicho: ‘Felices vosotros…’. Ahora les dice: ‘Sed perfectos…’. Es lo que Jesús desea y quiere para todos los que caminan con El. Jesús no les dice: ‘sois perfectos’, sino ‘sed perfectos’. Es un camino a recorrer. No se nace perfecto, se camina hacia la perfección. La imagen de nuestra vida nos puede ayudar a comprenderlo mejor: no nacemos ya hablando, ni razonando, ni responsabilizándonos… Es un camino progresivo.

¿Podemos ser perfectos como Dios, nuestro Padre es perfecto? La primera idea que nos viene al pensamiento es normalmente la negativa. Vemos lo que somos y nos decimos: ‘de ninguna manera’. Sin embargo, Jesús nos lo desea casi ‘forzándonos’ a creer en sus palabras. Sí, es posible ser perfectos porque Dios nuestro Padre nos ha dado todo lo que necesitamos para serlo.

Lejos de nosotros la vanagloria, la soberbia, la presunción. Es cuestión de humildad: saber reconocer lo que Dios ha depositado en nuestras vidas. Para comprenderlo mejor, la imagen que me viene al pensamiento es la de la semilla (de maíz, de trigo, de arroz, de lentejas, de garbanzos…), no importa que semilla. La semilla contiene en sí el código genético que le permite desarrollarse y dar otras semillas. Necesita ser enterrada en la tierra, agua, calor y comienza a sacar de dentro lo que lleva en el interior de ella misma. Dios nuestro Padre, al darnos la vida, nos ha dado el ‘código genético’ que necesitamos para poder ser perfectos como El. Hay que caminar. Es lo que Jesús nos está diciendo.

¿Creemos o no creemos en la Palabra de Jesús? No sólo no devolver mal por mal, sino devolver bien por mal, poner la mejilla izquierda, amar a quien no te desea el bien, desearle lo mejor y colaborar a su bienestar… Dios nuestro Padre nos ha dado todo lo que necesitamos para poder caminar en esta dirección

.

Y una pequeña historia de A. de Mello: Cómo distinguir el día de la noche.

‘Un maestro espiritual preguntó a sus discípulos cómo lograban saber cuando había terminado la noche y empezaba el día.

Uno de ellos respondió: ‘Cuando veo de lejos un animal y logro distinguir si es una vaca o un caballo’.

‘No’, respondió el maestro.

‘Cuando de lejos miras un árbol y logras distinguir si es un almendro o no’.

‘Tampoco’, respondió el maestro.

‘Y entonces, ¿cómo se logra distinguirlo?’, le preguntaron los discípulos.

‘Cuando miras en los ojos de no importa que hombre y reconoces en él un hermano; cuando miras en los ojos de no importa que mujer y reconoces en ella una hermana. Si no sabes hacer esto, es todavía noche, aunque sea mediodía’.

¡Feliz semana!

Un abrazo. Fraternalmente.

Fernando García

 

domingo, 13 de febrero de 2011

Pero yo os digo

AL HILO DEL EVANGELIO (3)

Mt 5,17-37

No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a darles el verdadero sentido.

Jesús nos dice que no ha venido a abolir la ley o los profetas, sino a darles el verdadero sentido. ¿Cuál es este verdadero sentido?

Me parece que es importante comprender el verdadero sentido de la ley en la práctica religiosa. En la tradición bíblica, la ley no actúa sola. No se trata de cumplir la ley por cumplirla: cumplo la ley, estoy salvado. Hay que comprender lo que precede a la ley: ahí se sitúa el don de Dios. Antes de la ley hay un don gratuito de Dios. La ley viene como ayuda para guiarnos en el camino.

Cuando oímos en el relato de la creación ‘comerás de todos los frutos del jardín, excepto del árbol que está situado en el centro del jardín’, la ‘limitación’ está precedida del don de la creación que Dios hace al ser humano. Cuando Dios da el Decálogo al pueblo de Israel, él ya ha establecido una alianza con su pueblo. Los Diez Mandamientos son una ayuda para caminar en la fidelidad a ese encuentro que ha tenido lugar con Dios.

¿Cuál es el don que Dios nos ha hecho y que precede todo lo demás? Somos hijos suyos, nos ha dado su misma vida. Los mandamientos nos indican el camino de Dios, nuestro Padre.

Os aseguro: si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos

Si nos quedamos en la mera observación de la ley, nos perdemos el gozo de vivir el don gratuito del Reino de los Cielos.

¿Era esto lo que les sucedió a estos letrados y fariseos? Es una tentación que nos acecha en nuestra vida espiritual.

Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás y el que mate será procesado. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano será procesado.

Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “renegado”, merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.  

El mandamiento decía: ‘No matarás’. Jesús le da el verdadero sentido. Se trata de la relación que establecemos con nuestros semejantes. ‘Matamos’ a nuestro herman@ cuando lo ofendemos, cuando lo insultamos, cuando lo criticamos negativamente, cuando lo miramos con un cierto aire de desprecio, de superioridad, cuando lo ignoramos, cuando… cuando…

La relación que mantenemos con nuestr@s herman@s nos indica la calidad, la autenticidad o no de nuestra relación con Dios. Con el prójimo no se bromea.

La tentación podría ser de pensar que puedo ir hacia Dios sin preocuparme demasiado de la criatura de Dios. La verdadera y auténtica adoración de Dios se realiza en los herman@s. ¡No nos engañemos!. ‘¿Cómo puedo amar a Dios a quien no veo y no amar al prójimo a quien veo?’, nos dice san Juan. Y él nos dice que si alguien dice eso, es un mentiroso.

Desear el bien del otro y trabajar incansablemente por conseguirlo, como si fuese para mí. Colaborar positivamente a que el otro viva una vida plena y feliz, la vida de los hijos de Dios.

Habéis oído el mandamiento “no cometerás adulterio”. Pues yo os digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior.

Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el Abismo. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar al Abismo.

El espíritu que subyace a este mandamiento es el de la pureza de corazón, de la vista, de los pensamientos. Educar nuestros sentimientos, no dejarlos que nos lleven allí donde no deberíamos ir. No ver en la persona un objeto de deseo instintivo, sino la presencia de Dios. .‘¡Felices los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios!’

La radicalidad de Jesús -‘más te vale perder un miembro…’- nos dice que el asunto es delicado y serio

Está mandado: “El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio.” Pues yo os digo: el que se divorcie de su mujer –excepto en caso de prostitución-- la induce al adulterio, y el que se casa con la divorciada comete adulterio.

En el momento de bendecir la unión conyugal, hay un compromiso de fidelidad: en las alegrías y en las penas, en los momentos fáciles y en los difíciles, en lo agradable y en los sinsabores… Todo ello es realizable si Jesús ocupa su plaza: El es el nexo de unión entre el hombre y la mujer. Con El, la fidelidad está garantizada.

Sabéis que se mandó a los antiguos; “No jurarás en falso” y” Cumplirás tus votos al Señor.” Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir si o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno.

Ser hij@s de la verdad, de la transparencia, de la honestidad, del si es si y del no es no, simplemente porque somos hij@s de Dios.

Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.

¡Feliz semana!

Un abrazo. Fraternalmente.

Fernando García

 

 

domingo, 6 de febrero de 2011

Vosotros sois

AL HILO DEL EVANGELIO (2)

Mt 5,13-16

--Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del candelero, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.

Lo primero que retiene mi atención es la afirmación de Jesús: Vosotros sois la sal de la tierra, Vosotros sois la luz del mundo. Jesús no dice: vosotros podréis o podríais ser, sino vosotros sois. Sus discípulos son sal de la tierra y luz del mundo. Por consiguiente, nosotros lo somos. Hay que tener fe en estas palabras de Jesús.

En la vida cristiana no hay enemigo peor que la duda. Ella nos debilita, nos hace creer lo que la Palabra de Dios no dice.

Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo. Se es luz del mundo a través de las buenas obras. Dicho de otra manera, las buenas obras hacen que la persona ilumine a su alrededor, que todo se vea claro, el cielo en la tierra.

Las buenas obras hablan de la bondad del ser humano. Dios nos ha creado para hacer el bien, para obrar por el bien de la humanidad. Es para esto que El nos ha dado la vida.

A veces, el pesimismo puede entrar en nuestra mente y en nuestro corazón. Y el pesimismo conduce a la desconfianza: lo que puedo hacer no tiene mucha importancia. Sin darnos cuenta nos instalamos en la mediocridad. Llegamos a distinguir el bien del mal, pero no tenemos la fuerza interior que necesitamos para salir de esa vida gris en la que nos hemos metido.

Las buenas obras tienen como finalidad dar gloria a nuestro Padre. Como decía un padre de la Iglesia: ‘la gloria de Dios es que el hombre viva’. Dar gloria a Dios es enaltecer la dignidad de toda persona, colaborar con nuestras fuerzas, pequeñas o grandes, a humanizar nuestro mundo, que es obra de Dios.

Vosotros sois la sal de la tierra. La sal da el gusto a la comida. Ser sal de la tierra es dar gusto bueno allí donde nos encontramos. Dicho de otra manera, hacer agradable la vida a nuestro prójimo. Una persona que da paz, que transmite alegría, esperanza, que anima al abatido, que saca fuerzas de donde no las hay, que mira el lado positivo de las cosas, que gasta su vida silenciosamente, que parece que no está, pero que cuando no está, la echamos de menos…

Y si no somos sal que da el gusto bueno a la vida, ¿qué sentido tendría nuestra vida caminando con Jesús?

¡Feliz semana!.

Un abrazo. Fraternalmente.

Fernando García

 

martes, 1 de febrero de 2011

RV: Al hilo del Evangelio-Enero 2011 (1)

Querid@s amig@s: la Palabra de Dios es vida. Dios nos la ofrece como camino de Vida Eterna. Quisiera a lo largo de este año ir compartiendo con vosotr@s el eco de esta Palabra en mi vida. Se trata del Evangelio del Domingo. Espero encontrar siempre un ratillo para escribirla y enviárosla. Lo haré después del Domingo, una vez que la haya celebrado con la comunidad cristiana allí donde seré enviado ese Domingo.

Al mismo tiempo, me gustaría leer el eco del mismo Evangelio en vuestras vidas. Si os es posible, podéis compartirlo.

Caminando unidos con Jesús en los diversos rincones de nuestro mundo, un abrazo fraterno.

Fernando García

 

Mt 4,1-25

Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, en el camino hacia el mar, a la otra orilla del Jordán, Galilea, tierra de paganos, escuchen: La gente que vivía en la oscuridad ha visto una luz muy grande; una luz ha brillado para los que viven en lugares de sombras de muerte.

 

Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:

-- Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.

 

La primera palabra sobre la que mis ojos se han fijado es: Convertíos. La palabra conversión, a menudo se asocia a un esfuerzo considerable que hay que hacer para reorientarse, ponerse en el lugar justo.

En este caso, la conversión viene a ser como una puerta de entrada al reino de los cielos. Parece que Jesús dice que para darse cuenta que el reino de los cielos está ahí, hay que convertirse.

¿Y si damos la vuelta a la tortilla? Lo primero es el hecho de que el reino de los cielos está ya aquí en medio de nosotros: Dios está entre nosotros. Nuestra fe nos dice que antes de que hagamos algo, Dios ha dado el primer paso.

Dios nos ha ‘visitado’, dándonos gratuitamente lo que somos: cualidades, talentos, dones, gracia sobre gracia.

En este contexto, la conversión consistiría, en un primer momento, en darse cuenta de lo que el Señor nos ha dado gratuitamente. Caer en la cuenta de que todo eso no es obra mía, no es gracias a mí. Es puro don, es regalo de Dios.

A continuación, preguntarme: todo eso que he recibido gratuitamente, ¿para qué está sirviendo?, ¿al servicio de quién o de qué cosa lo estoy poniendo? Lo que está desorientado, ponerlo en la dirección justa: para que ayude a hacer crecer el Reino de los Cielos. Ahí estaría el segundo momento de la conversión.

Viendo así las cosas, y si me he dado cuenta de la gratuidad de Dios en mi vida, la conversión viene a ser un deseo ardiente. Deseo ardientemente la conversión en mi vida, porque ahí está la felicidad. El deseo de Dios de una sociedad-familia se convierte en mi deseo personal por el que día tras día lucho y trabajo: ¡que el reino de los cielos avance!

Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores.

Les dijo: Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.

Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.

En esta segunda parte del Evangelio, mis ojos se han detenido en la palabra Inmediatamente, que está repetida dos veces. Es la respuesta a la llamada que Jesús les hace. Me pregunto, ¿qué impacto ejerció sobre Simón, Andrés, Santiago y Juan la llamada de Jesús, para que inmediatamente dejaran trabajo, familia, seguridad, estabilidad…?.

Me viene al pensamiento otra palabra: FASCINACION. Sí, debió ser algo así: completamente fascinados por Jesús. El ‘Inmediatamente’ no se comprende de otra manera. Jesús les tocó el corazón. A partir de ese momento, hay un antes y un después. La vida que llevaban queda relativizada ante lo que acaban de descubrir.

Y se lanzan. ¿Qué les espera?, ¿a dónde van? Esas preguntas no se hacen. Están con el tesoro que acaban de descubrir.

 

Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.

 

Jesús sigue adelante proclamando el Evangelio del reino. Ahora no está solo. Lo siguen, lo acompañan quienes han quedado fascinados por El, por su Palabra.

Me pregunto: ¿qué es la evangelización? Anunciar, proclamar, decir a los cuatro vientos, ‘a tiempo y a destiempo’ en lenguaje de Pablo, que Alguien ha venido a nuestro encuentro, ha pronunciado nuestro nombre, nos ha introducido en el secreto del reino de los cielos. Y puesto que lo ha hecho con nosotros, del todo normalitos, con nuestros altibajos e incoherencias, también lo quiere hacer contigo.

 

30 Enero 2011

Mt 5,1-12

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:

--Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

· Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.

· Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.

· Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.

· Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

· Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

· Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.

· Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

· Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa.

· Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

La primera palabra que salta a mi vista es Dichosos. Está repetida nueve veces. Y es la primera palabra que Jesús dirige a los que le siguen de cerca y a los que han venido a escucharlo de los cuatro rincones de la geografía. Jesús anuncia una palabra de dicha, de felicidad.

En este contexto, ¿quién es el dichoso?, ¿quién es la persona feliz? Me parece que es aquel que acoge con humildad y alegría lo que Dios le ofrece y encuentra en ese don la felicidad.

Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Me ayuda para comprender esta bienaventuranza la traducción que hace la Biblia en francés corriente, que dice algo así: ‘Felices los que se reconocen pobres en ellos mismos, por que de ellos es el reino de los cielos.

Es la primera bienaventuranza y la clave para entrar en las demás. Reconocerse pobre, limitado, necesitado en lo más profundo de si mismo es la condición para reconocer el sitio de Dios. El contrario es el orgullo, la autosuficiencia…

La primera tentación de la que la Biblia nos habla en el relato de Adán y Eva es precisamente el deseo que hay en el ser humano de igualar a Dios, de ocupar su plaza.

Sentirse pobre te abre al otro, al otro, al otro y al… Otro, a Dios.

El reino de los cielos es simple, es sencillo. Pero como cuestiona nuestras fibras de omnipotencia, es por eso que nos parece lejano.

La compasión, la empatía, la dulzura, la sed y hambre de justicia, la misericordia, la limpieza de corazón, la lucha por la paz son dones que el Señor da continuamente. Feliz es la persona que sabe acogerlos como dones y encuentra ahí la felicidad.