jueves, 8 de marzo de 2012

El cielo sobre la tierra

AL HILO DEL EVANGELIO (34)

Mc 9,2-10

En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.

Se les apreció Elías y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:

-- Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

Estaban asustados y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube:

-- Este es mi Hijo amado; escuchadlo.

De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús los mandó:

-- No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos.

Esto se les quedó grabado y discutían que querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.

 

Es Jesús mismo que acompaña a tres de sus discípulos a una montaña. Allí va a tener lugar un hecho extraordinario: el cielo sobre la tierra. Son esos momentos de la vida donde el Señor nos ha hecho gustar por pura gracia suya la realidad celeste. Han sido tan importantes y determinantes en nuestras vidas que se nos han quedado grabados, no se borrarán.

En la tierra gustando el cielo. Nada se puede comparar a esta realidad ‘deslumbrante’. Vivir y gustar de un modo intenso la presencia de Dios. Han podido ser momentos particulares, o bien períodos algo más largos. En todo caso, en general son experiencias gratuitas, nos han pillado por sorpresa, sin esperarlo. Es la gratuidad de Dios. ¿Por qué a mí? No encuentro respuesta. ¿Y por qué Jesús tomó sólo a tres de sus discípulos? ¿Y los otros nueve? Dejo la respuesta a Dios mismo. Lo único que se es que es una experiencia de gracia. No hice nada para ser testigo de ella. Y, sin embargo, el Señor me la regaló.

En la vida, no hay muchas experiencias de estas. Si miro mi propia vida, puedo reconocer dos, tres. Y paro de contar. Eso sí, experiencias determinantes que explican lo que soy hoy. En esos momentos, todo se ve claro, no hay dificultades que puedan pararte. Se despierta en el corazón un gran deseo de estar con Jesús, de vivir con Él, de ir hasta ‘los confines de la tierra’. ¿Con qué seguridad? La que Él da en ese momento, es decir, la confianza. Son los momentos donde se hacen las grandes opciones de la vida, uno se olvida de sí mismo y se lanza al ‘vacío’. ¿Qué voy a encontrar mañana? Y el mañana, ¿no pertenece a Dios? Adelante. La única seguridad, Dios. Son momentos extraordinariamente bellos. Uno quisiera permanecer ahí, pero…

… De nuevo en la tierra, en la lucha cotidiana, con las dudas e inseguridades, los miedos, los cálculos, la pregunta sobre el mañana, las tentaciones, las caídas, los malhumores, las contradicciones… En medio de todo ello, una luz en el camino: Jesús, su Palabra. Y una actitud básica y fundamental: la confianza en Él. Juntos con Él vamos recorriendo el camino de la vida, descubriendo la grandeza de ser hijos de Dios. ¡Qué don!

Fraternalmente.

Fernando

 

 

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