martes, 4 de octubre de 2011

Dar fruto

AL HILO DEL EVANGELIO (23)

Mt 21,33-43

‘En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

-- Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo." Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: "Éste es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia." Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?

Le contestaron:

-- Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.»

Y Jesús les dice:

-- ¿No habéis leído nunca en la Escritura?: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente" Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.’

Jesús enseña a sus discípulos los ‘entresijos’ del Reino de Dios, y no sólo a ellos, sino a todo aquel que quiere escucharlo. Lo hace a menudo a través de parábolas.

Escuchando y reflexionando en la de hoy, hay dos sentimientos que surgen en mi corazón. El primero es el misterio. Sí, es algo que va más allá de lo que yo puedo comprender. Pensar que este mundo, utilizando la imagen de la viña, Dios, nuestro Padre, lo ha puesto en nuestras manos. Creo en ello, pero, al mismo tiempo, me pregunto cómo puede ser posible. Y, sin embargo, nuestra confianza en el Señor nos dice que es así.

El segundo es pensar en mí mismo. Así como soy, bastante miserable. Como dice la Biblia: ‘mira, Señor, que yo no soy mejor que los otros’. Los años van pasando y veo que las debilidades están ahí, y parece que se robustecen con el paso del tiempo. ¿Cómo es posible que el Señor deje la responsabilidad de su obra creadora también en mis manos? Y, sin embargo, es así.

En esta responsabilidad hay un poco de temblor, porque la responsabilidad es grande: colaborar según mis posibilidades y capacidades en construir una sociedad más humana, más alegre, más solidaria, más fraterna, más generosa… Al mismo tiempo, en mi corazón hay alegría, que se manifiesta en la serenidad, en la confianza, sentirme en las manos de Dios, querido y amado por Él.

‘Se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.’ Dios nos ha creado para que demos fruto. Me viene a la mente el ejemplo de la semilla, no importa cuál de ellas. Pequeñas, tienen en el interior todo lo que necesitan para germinar, crecer y dar cien veces más. Dándonos la vida, el Señor ha sembrado en nuestro corazón todo lo que necesitamos para dar fruto y fruto en abundancia: los frutos de la vida eterna. El secreto, creer en ello.

Un abrazo. Fraternalmente.

Fernando García

 

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