martes, 11 de octubre de 2011

El banquete está preparado

AL HILO DEL EVANGELIO (24)

Mt 22,1-14

‘En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

--El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda". Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.’

 

Me imagino la alegría de unos padres de familia que han preparado desde hace tiempo y con todo detalle la boda del hijo. Todo está listo. Es el momento de enviar las invitaciones. Pero he aquí que los invitados no aceptan, se desinteresan, no les viene a cuento la alegría de esta familia. ¡Qué gran decepción!

Y pensar que algo así ha vivido (y continúa a vivir) nuestro Dios: prepara el banquete, invita, vuelve a invitar, invita de nuevo y nada. ¡No les interesa!

Los primeros, simplemente no quisieron ir. Los segundos, no hicieron caso. Estaban concentrados en sus ocupaciones, en sus centros de interés. Lo de Dios no iba con ellos.

La parábola nos dice que ‘los convidados no se lo merecían’.

Este ‘no se lo merecían’ me hace pensar en quien se toma la vida a la ligera, sin demasiado reflexionar, dejándose llevar por lo inmediato. Está tan centrado en sí mismo que no llega a darse cuenta del valor de la invitación. Es la ceguera evangélica.

En ese momento, si los más cercanos no eran dignos de aceptar, la invitación se abre a los lejanos, a los desconocidos, a los que pasan por los cruces de los caminos, malos y buenos. Y ‘la sala del banquete se llenó de comensales’. ¿Será que los que nunca oyeron la Buena Noticia de Dios están más abiertos y disponibles a acogerla que los que han nacido y crecido en ella? ¿Será que el hecho de estar acostumbrados a ella impide sentir la alegría de Dios? ¿Será que Dios ha dejado de ser atractivo? ¿Será que…?

Entre los invitados había uno que no llevaba el traje de fiesta. No se había preparado. Entró al banquete sin vestirse de fiesta. Parece una contradicción. Se ha invitado a todo el mundo, buenos y malos. Y ahora hay uno que desencaja. Pero qué más da, ir  con el traje o sin el traje. No es esa la cuestión. El problema es de estar ahí pero con la cabeza en otro sitio. Y ese no es el estilo de Dios.

Un abrazo. Fraternalmente.

Fernando García

 

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