miércoles, 13 de abril de 2011

Diálogos

Son alrededor de las diez de la noche. El grupo del primer año me ha llamado para ver juntos la situación de la caja común. El pequeño fondo de reserva se está agotando. Normalmente, a esta hora me retiro y me preparo para el día siguiente. Estoy siguiendo a través de internet los últimos acontecimientos de Costa Marfil. Emile, 20 años, viene para presentarme el balance de la gestión económica de marzo. A continuación me dice si puede quedarse un ratillo pues desde hace algún tiempo tiene una preocupación. Me recordé que ya me había dicho que quería hablar.

La cuestión es la siguiente: se imagina a Jesús con sus discípulos presentándose como Hijo de Dios. La gente lo escucha. Piensa en hoy día, hay gente que se presenta con la última revelación, que hablan como profetas. Dice: ‘algo así debió ser con Jesús. Si yo hubiese estado en medio de aquella gente, seguramente no lo habría reconocido como el Hijo de Dios, no lo habría seguido, como no sigo hoy a estos pseudoprofetas. ¿Qué pasó con los discípulos para que lo siguieran? ¿Qué vieron en él de particular?’.

No esperaba que viniese con esta pregunta. Aproveché para compartir la experiencia fundamental de los discípulos, que es la resurrección de Jesús. El Evangelio hay que leerlo a partir de esta experiencia de vida: ‘ese a quien han crucificado, Dios lo ha resucitado’. Hasta ese momento, no había nada de nada: encerrados por miedo, huyendo desencantados, remordimiento de la negación…

Esta experiencia es fundamental para todo cristiano. Sin ella -‘he sentido en mi vida que Jesús está vivo, y lo digo no por lo que me han dicho de él, sino porque lo he sentido en mi propia carne’- no hay vida cristiana. Jesús habría sido uno más entre tantos otros.

Compartí con Emile la pequeña historia del cazador con sus perros. Uno de ellos ve una liebre. En el momento se lanza a por ella. Los otros perros no la han visto, pero como ven que el otro se ha puesto a correr, ellos también lo hacen. Después de un rato corriendo y al no ver nada, empiezan a desanimarse. Uno después del otro vuelven al punto de partida. Sólo queda persiguiendo la liebre quien la ha visto.

Eran las once y media de la noche y seguíamos hablando. Al final, dice:’demos gracias al Señor, porque lo que me ha hecho descubrir esta noche, no me lo esperaba’. Después de la oración nos dimos las buenas noches. El despertador da cita a las cuatro y media de la mañana.

Fraternalmente.

Fernando

 

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