La Palabra era la luz verdadera
que ilumina a todo hombre
que viene a este mundo.
En el mundo estaba,
y el mundo existió por ella,
y el mundo no la reconoció.
Vino a los suyos,
y los suyos no la acogieron.
Pero a todos los que la acogieron,
a los que creen en ella,
los hizo capaces de ser hijos de Dios:
quienes no han nacido de la sangre
ni del deseo de la carne, ni del deseo del varón,
sino de Dios.
La Palabra se hizo hombre
y acampó entre nosotros.
Y nosotros contemplamos su gloria,
gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de lealtad y fidelidad
(Jn 1,9-14)
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