AL HILO DEL EVANGELIO (12)
Jn 20,19-31
La resurrección del Señor es un don que se manifiesta en signos concretos. Veámoslos tal como nos lo presenta hoy el evangelio de Juan.
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
-- Paz a vosotros.
El primero de ellos es el don de la paz.
Me gusta traducirla por confianza. La paz da serenidad, confianza, saber que el Señor te acompaña, que no estás solo. Es una fuerza interior muy grande. La tormenta puede llegar, las olas pueden embestir, pero si hay esta confianza en El, nada ni nadie podrá contra ti.
Esta paz antes que nada es un don de lo Alto, de Dios.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
El segundo es el don de la alegría.
Es la alegría que brota del fondo del corazón, que significa que has encontrado el tesoro escondido, que no hay otra realidad a la que se pueda comparar. Eso lo sabe tu corazón, que ha encontrado al Amado.
Jesús repitió:
-- Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
El tercero es el don del envío.
‘No se alumbra una luz para esconderla bajo el celemín. Se alumbra para que pueda iluminar a todos los de la casa. Ilumine así vuestra vida delante de todos los hombres, de tal manera que viendo el bien que hacéis, puedan alabar a vuestro Padre que está en los cielos’. (Mt 5,15-16)
Se recibe para dar. Es la lógica pascual.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-- Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
El cuarto es el don del Espíritu.
En la misión, no estamos solos. El verdadero protagonista es el Espíritu Santo. Sin El, toda nuestra acción se quedaría a un nivel muy terrenal.
Me gusta traducir el Espíritu por respiración, soplo vital. Es el aliento de Dios que nos acompaña día y noche, despiertos o dormidos, y sin darnos cuenta. Sin él, ¿cómo podremos continuar a vivir?, ¿qué vida podremos transmitir?.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
-- Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
-- Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
La tentación de la autosuficiencia, de hacer el camino solo, de no confiar más que en sí mismo, de poner en duda lo que la comunidad ha vivido o está viviendo…
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
-- Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
-- Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
-- ¡Señor Mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
-- ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre.
Tomás. ¿Quién no se reconoce en El? ¿Quién no quiere ver antes de confiar?. Y sin embargo, Jesús nos ha dicho: Dichosos los que crean sin haber visto. Confiar es una cuestión de corazón, de amor.
¡Feliz tiempo Pascual!
Un abrazo. Fraternalmente.
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