Querid@s amig@s:
Al mismo tiempo, me gustaría leer el eco del mismo Evangelio en vuestras vidas. Si os es posible, podéis compartirlo.
Caminando unidos con Jesús en los diversos rincones de nuestro mundo, un abrazo fraterno.
Mt 4,1-25
Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, en el camino hacia el mar, a la otra orilla del Jordán, Galilea, tierra de paganos, escuchen: La gente que vivía en la oscuridad ha visto una luz muy grande; una luz ha brillado para los que viven en lugares de sombras de muerte.
Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:
-- Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.
La primera palabra sobre la que mis ojos se han fijado es: Convertíos. La palabra conversión, a menudo se asocia a un esfuerzo considerable que hay que hacer para reorientarse, ponerse en el lugar justo.
En este caso, la conversión viene a ser como una puerta de entrada al reino de los cielos. Parece que Jesús dice que para darse cuenta que el reino de los cielos está ahí, hay que convertirse.
¿Y si damos la vuelta a la tortilla? Lo primero es el hecho de que el reino de los cielos está ya aquí en medio de nosotros: Dios está entre nosotros. Nuestra fe nos dice que antes de que hagamos algo, Dios ha dado el primer paso.
Dios nos ha ‘visitado’, dándonos gratuitamente lo que somos: cualidades, talentos, dones, gracia sobre gracia.
En este contexto, la conversión consistiría, en un primer momento, en darse cuenta de lo que el Señor nos ha dado gratuitamente. Caer en la cuenta de que todo eso no es obra mía, no es gracias a mí. Es puro don, es regalo de Dios.
A continuación, preguntarme: todo eso que he recibido gratuitamente, ¿para qué está sirviendo?, ¿al servicio de quién o de qué cosa lo estoy poniendo? Lo que está desorientado, ponerlo en la dirección justa: para que ayude a hacer crecer el Reino de los Cielos. Ahí estaría el segundo momento de la conversión.
Viendo así las cosas, y si me he dado cuenta de la gratuidad de Dios en mi vida, la conversión viene a ser un deseo ardiente. Deseo ardientemente la conversión en mi vida, porque ahí está la felicidad. El deseo de Dios de una sociedad-familia se convierte en mi deseo personal por el que día tras día lucho y trabajo: ¡que el reino de los cielos avance!
Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores.
Les dijo: Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
En esta segunda parte del Evangelio, mis ojos se han detenido en la palabra Inmediatamente, que está repetida dos veces. Es la respuesta a la llamada que Jesús les hace. Me pregunto, ¿qué impacto ejerció sobre Simón, Andrés, Santiago y Juan la llamada de Jesús, para que inmediatamente dejaran trabajo, familia, seguridad, estabilidad…?.
Me viene al pensamiento otra palabra: FASCINACION. Sí, debió ser algo así: completamente fascinados por Jesús. El ‘Inmediatamente’ no se comprende de otra manera. Jesús les tocó el corazón. A partir de ese momento, hay un antes y un después. La vida que llevaban queda relativizada ante lo que acaban de descubrir.
Y se lanzan. ¿Qué les espera?, ¿a dónde van? Esas preguntas no se hacen. Están con el tesoro que acaban de descubrir.
Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.
Jesús sigue adelante proclamando el Evangelio del reino. Ahora no está solo. Lo siguen, lo acompañan quienes han quedado fascinados por El, por su Palabra.
Me pregunto: ¿qué es la evangelización? Anunciar, proclamar, decir a los cuatro vientos, ‘a tiempo y a destiempo’ en lenguaje de Pablo, que Alguien ha venido a nuestro encuentro, ha pronunciado nuestro nombre, nos ha introducido en el secreto del reino de los cielos. Y puesto que lo ha hecho con nosotros, del todo normalitos, con nuestros altibajos e incoherencias, también lo quiere hacer contigo.
30 Enero 2011
Mt 5,1-12
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
--Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
· Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
· Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
· Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
· Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
· Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
· Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
· Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
· Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa.
· Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
La primera palabra que salta a mi vista es Dichosos. Está repetida nueve veces. Y es la primera palabra que Jesús dirige a los que le siguen de cerca y a los que han venido a escucharlo de los cuatro rincones de la geografía. Jesús anuncia una palabra de dicha, de felicidad.
En este contexto, ¿quién es el dichoso?, ¿quién es la persona feliz? Me parece que es aquel que acoge con humildad y alegría lo que Dios le ofrece y encuentra en ese don la felicidad.
Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Me ayuda para comprender esta bienaventuranza la traducción que hace
Es la primera bienaventuranza y la clave para entrar en las demás. Reconocerse pobre, limitado, necesitado en lo más profundo de si mismo es la condición para reconocer el sitio de Dios. El contrario es el orgullo, la autosuficiencia…
La primera tentación de la que
Sentirse pobre te abre al otro, al otro, al otro y al… Otro, a Dios.
El reino de los cielos es simple, es sencillo. Pero como cuestiona nuestras fibras de omnipotencia, es por eso que nos parece lejano.
La compasión, la empatía, la dulzura, la sed y hambre de justicia, la misericordia, la limpieza de corazón, la lucha por la paz son dones que el Señor da continuamente. Feliz es la persona que sabe acogerlos como dones y encuentra ahí la felicidad.
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