En un hospital de Stanford estaba ingresada Liz, una niña de 8 años que sufría una extraña enfermedad. Los médicos habían intentado todo tipo de tratamientos para curarla, pero todos habían fracasado. La última esperanza de sanación estaba en una transfusión de sangre de su hermano Paul de 5 años. El había sobrevivido milagrosamente a la enfermedad al haber desarrollado los anticuerpos necesarios para combatirla.
Los doctores explicaron a Paul la situación y le preguntaron si estaba dispuesto a dar su sangre a su hermana. El niño dudó un momento, suspiró y dijo: "Si, lo haré si eso salva a Liz".
Mientras se realizaba la transfusión el niño sonreía radiante al ver en la cama de al lado a su hermana Liz recobrando el color de sus mejillas. Pero pronto, la cara de Paul palideció y su sonrisa desapareció. Miró al doctor y con voz temerosa preguntó: "¿A qué hora empezaré a morirme?".
Y es que el niño no había comprendido al doctor. Pensaba que él le daría toda su sangre a su hermana para salvarla. Y aún así, se la daba.
No dejes de dar todo por quien amas.
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