Hemos entrado en el periodo de cuaresma. Son cuarenta días que nos llevan hacia la Pascua, ese acontecimiento central para nuestra fe cristiana: la muerte y resurrección de Jesucristo. El martes hemos tenido una mañana de retiro espiritual, como preparación a este tiempo del Espíritu.
El sentimiento que me acompaña es la alegría interior de poder vivir esta Cuaresma. La veo como una ocasión particular que la Iglesia me ofrece para, acompañado por la gracia de Dios, allanar lo escabroso y enderezar lo torcido que hay en mi vida.
Del Evangelio de Mateo, ha sido el ayuno el que ha tocado mi corazón. Ayunar de todo lo que obstaculiza el encuentro fraterno con el hermano/a.
Mientras ayer por la tarde celebrábamos la Eucaristía, con la imposición de ceniza, mi mente estaba presente en lo que había oído por la mañana. No lejos de nuestra comunidad, un joven, mientras intentaba robar una moto, moría en manos de la justicia popular. Fui al lugar del hecho, sólo pude ver las manchas de sangre sobre el asfalto y unos maderos que delimitaban el espacio. Y me digo: en hechos así, qué lejos estamos del Reino de Dios.
Esta mañana, detrás de nuestra casa, un ruido grande, voces. Salgo a mirar y veo un grupo grande de gente y dos personas semidesnudas en el suelo. Un robo y linchamiento. Pobreza, inseguridad, violencia. La pasión, muerte y resurrección de Jesús, ¿cómo pueden iluminar esta triste realidad?
Os deseo un buen inicio de cuaresma. Que sea un tiempo de gracia para cada uno de vosotros.
Un abrazo. Fernando
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