AL HILO DEL EVANGELIO (16)
Jn 14,15-21
Son palabras de despedida. Me viene al pensamiento la palabra ‘testamento’. Las últimas indicaciones, lo que la persona desea que quede como su última voluntad y que sea así recordado.
Eran momentos de intimidad. Jesús abre el corazón a sus discípulos.
‘En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
Si me amáis, guardaréis mis mandamientos… El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.’
Amar al Señor y guardar -obedecer- sus mandamientos va unido. No se puede obedecer libremente una palabra imperativa si no se ama a la persona que la pronuncia. Estamos lejos de una relación situada a nivel jurídico -‘no me queda más remedio’, ‘no puedo hacer de otra manera’-. Lo que precede a la obediencia es el encuentro inesperado, gratuito de aquella persona que te conoce y te ama incluso antes de tu concepción.
Los mandamientos son palabras de vida. Dios no los impone. La imagen más cercana para comprenderla es la relación padres-hijo. Los padres quieren el bien del hijo y le indican el camino, se lo explican, le aconsejan. Si el hijo llega a darse cuenta del amor que hay en ese consejo, en esas palabras de orientación, las acogerá y las guardará con gran alegría. Esas palabras llegarán a ser luz en su camino.
No es que el amor de Dios está condicionado a nuestra obediencia. Si fuese así, Dios no sería Dios. El amor de Dios nos acompaña continuamente, como el amor de los padres acompaña continuamente al hijo, siga los consejos o no.
‘Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad.
El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros.
No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros.’
Son palabras que dan mucha confianza y serenidad. ¡No estamos solos! Dios, su Espíritu nos acompaña continuamente. Darse cuenta de esta compañía, acogerlo, reconocerlo,… el reto de toda vida espiritual.
¡Feliz tiempo Pascual!
Un abrazo. Fraternalmente.
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