martes, 21 de febrero de 2012

Esas parálisis

AL HILO DEL EVANGELIO (33)

Mc 2,1-12

Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Él les proponía la Palabra. Llegaron cuatro llevando un paralítico, y como no podían meterlo por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico:

-- Hijo, tus pecados quedan perdonados

Unos letrados, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros:

-- ¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios?

Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo:

-- ¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico "tus pecados quedan perdonados" o decirle "levántate, coge la camilla y echa a andar?” Pues, para- que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados...

Entonces le dijo al paralítico:

-- Contigo hablo. Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa

Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo:

-- Nunca hemos visto una cosa igual.

 

En el Evangelio de hoy encuentro varias enseñanzas. La primera es el cuadro en el que esta escena se desarrolla. Jesús está en casa, ¿de quién?, ¿de Pedro?, ¿la suya? En todo caso, es la sede de la primera comunidad cristiana. En casa, Jesús propone la Palabra a cuantos se acercan a Él.

La comunidad está llamada a proponer la Palabra que es Jesús, hablar de lo que lleva dentro de su corazón. Eso no puedo callárselo. Si no lo anuncia, no tiene sentido su vida. En este caso, la comunidad, la Iglesia se quedará sin Vida.

La segunda, estos cuatro (¿cómo se llaman?, ¿quiénes son?, ¿de dónde vienen?) traen a un paralítico sobre una camilla. No pueden entrar a causa del gentío. Pero eso no les hace dar marcha atrás. Superan la dificultad y lo introducen por el tejado dejándolo caer allí donde Jesús estaba proponiendo la Palabra. Jesús viendo la fe de estos cuatro, dice al paralítico: -- ‘Hijo, tus pecados quedan perdonados. ¿Pero de qué parálisis se trata? Y ¿cómo es esto que es la fe de los otros la que cura al paralítico?

A veces hemos podido vivirlo en nuestra propia carne: no podíamos más, desilusionados, decepcionados, frustrados, sin fuerzas para levantarnos. Y ahí de pronto, la mano amiga, la mirada de ternura, la palabra de aliento, la compañía silenciosa nos ha vuelto a dar la esperanza. Hemos podido ponernos de nuevo de pie y mirar hacia adelante con la sonrisa en nuestros labios y la alegría reencontrada en nuestro corazón.

A veces hemos podido formar parte de esos ‘cuatro’. Sobre todo cuando hemos estado atentos a los demás, cuando hemos pensado en la necesidad del otro antes de la nuestra.

Hoy día pienso que una comunidad, que escucha la Palabra que Jesús le propone cotidianamente, no puede recorrer el camino de la vida sin mirar a quien yace paralizado en la camilla y que está esperando las manos de la generosidad, de la amistad, del perdón, de la confianza en sí mismo, de la escucha…

La tercera, hay unos letrados por allí que, viendo como suceden las cosas, no están contentos de lo que Jesús acaba de hacer y lo acusan de blasfemia, porque como buenos expertos en el oficio sabían que eso de perdonar pecados corresponde en exclusiva a Dios.

Poder alegrarse del bien que tantas personas hacen a nuestro alrededor, venga de donde venga. ¡Qué gran don de Dios! El bien no conoce fronteras, no es propiedad exclusiva de ninguna religión, de ningún movimiento social, de ningún partido político, de ningún inspirado espontaneo. ¡El bien es el bien! Su origen es divino.

Fraternalmente. Fernando

 

lunes, 6 de febrero de 2012

La fiebre

AL HILO DEL EVANGELIO (32)

Mc 1,29-39

“Cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo hicieron saber enseguida. Él se acercó a ella, la tomó de la mano y la levantó. Se le fue la fiebre y se puso a servirles.”

Es una escena bonita. Todo pasa con rapidez. Jesús con dos de sus discípulos va a casa de Simón y Andrés. ¿Por qué no ver en esta casa el núcleo de la primera comunidad cristiana? Allí hay una persona -la suegra de Simón- que está en la cama con fiebre. Es una realidad, cuando se tiene fiebre uno no tiene ganas de hacer nada, la alegría de la vida desaparece. Y si es una fiebre alta, no se ven muchas perspectivas de futuro, más bien todo parece negativo. ¿No es esto lo que sucede en esta comunidad cristiana? La fiebre del pesimismo, del vivir y pensar para sí, del olvidarse de los demás… y de Dios.

La sola presencia de Jesús desbloquea la situación: se acerca, la toma de la mano y la levanta. Y el ‘milagro’ se realiza: se puso a servirles.

Son momentos, períodos, temporadas, días, donde no hay muchas ganas de vivir, todo parece triste, el color de la monotonía se instala en nuestras vidas. Falta la chispa del entusiasmo, la alegría de vivir para los demás, la esperanza en el mañana, la sonrisa que alegra el corazón del que está enfrente, el sacrificio alegre del anonimato…

Todo ello sucede cuando nos aislamos de Jesús, le damos la espalda, miramos en otra dirección. Y como un virus contagioso la fiebre se instala y la propagamos a nuestro alrededor. ¡Dios mío, que triste es vivir así!

El cambio llega cuando, por pura gracia de Dios, Él nos visita y nosotros lo acogemos. No se necesitan grandes discursos, basta decir: ‘Señor, ayúdame, que esto no es vida’; y añadir: ‘Señor, cuento contigo, tengo confianza en ti’. Y el cambio llega.

Qué alegría de levantarse por la mañana y ver  la luz del nuevo día como un regalo que nos es dado por pura gracia, por puro amor. Y llegar a mediodía y seguir respirando la ternura de una vida que nos ha sido dada para hacer agradable la vida de los demás. Y a la noche, estar satisfecho de todo lo vivido y poder dormir en paz. ¡Qué buen descanso para comenzar un nuevo día!

 

“Al atardecer, cuando se puso el sol, le llevaron toda clase de enfermos y endemoniados. Toda la población se agolpaba a la puerta. Él sanó a muchos enfermos de dolencias diversas y expulsó a numerosos demonios, a los que no les permitía hablar, porque lo conocían.

Muy de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, se levantó, salió y se dirigió a un lugar despoblado, donde estuvo orando.”

Ahí está el secreto de una vida lograda, vivida de pie y no en la cama, sana y no enfermiza, de una vida que piensa antes en los demás que en uno mismo: es la oración, el diálogo cotidiano con nuestro Padre. Levantarse temprano, un poco antes de que comience el ajetreo de la jornada, y ahí a solas con Él, escucharlo en su Palabra, confiarse enteramente, ponerse en sus manos y dejarse guiar. No hay otro secreto para el milagro.

 

“Simón y sus compañeros lo buscaron y cuando lo encontraron, le dijeron: ---Todos te están buscando.

Les respondió: ---Vámonos de aquí a las aldeas vecinas, para predicar también allí, pues a eso he venido. Y fue predicando en sus sinagogas y expulsando demonios por toda Galilea.”

Y el camino de la vida continúa. No podemos detenernos.

Fraternalmente. Fernando García

 

 

jueves, 2 de febrero de 2012

Enseñar con autoridad

AL HILO DEL EVANGELIO (31)

Mc 1,21-28

Llegaron a Cafarnaún y el sábado siguiente entró en la sinagoga a enseñar. La gente se asombraba de su enseñanza porque lo hacía con autoridad, no como los letrados.

Precisamente en aquella sinagoga había un hombre poseído por un espíritu inmundo, que gritó:

--- ¿Qué tienes contra nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: ¡el Consagrado de Dios!

Jesús le increpó:

--- ¡Calla y sal de él!

El espíritu inmundo sacudió al hombre, dio un fuerte grito y salió de él.

Todos se llenaron de estupor y se preguntaban:

--- ¿Qué significa esto? ¡Una enseñanza nueva, con autoridad. Hasta a los espíritus inmundos les da órdenes y le obedecen.

Su fama se divulgó rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea.

 

El Reino de Dios comienza su andadura. Jesús entra como uno más en la sinagoga. Es el día del sábado. Después de escuchar la Palabra de Dios, invitan a Jesús a hacer un comentario sobre la Palabra que acaban de escuchar. Y al escucharlo, la gente se asombra pues, he aquí la novedad, enseña con autoridad, y no como lo hacían los letrados.

Enseñar con autoridad es enseñar con coherencia, lo que dices con tus labios corresponde a lo que tu vives. Y eso se ve, se palpa. Lo contrario, es hablar por hablar. Bellas palabras pero huecas en su interior. La Buena Noticia del Reino de Dios comienza por ahí, por la coherencia entre lo que se habla y lo que se vive. Stop a la falsedad, a la hipocresía, a la mentira camuflada.

Y ahí, en la sinagoga, en el lugar donde se da culto a Dios, hay un hombre poseído por un espíritu inmundo. No soporta la ‘autoridad’ con la que habla Jesús. No se trata de una sola persona, pues habla al plural. Es curioso, esta asamblea que ha venido para alabar a Dios y escuchar su Palabra, resulta que está poseída por un espíritu malo, no soporta la coherencia de vida de quien les está hablando, Jesús.

Es una asamblea enferma, poseída, pero que ansía, quizás inconscientemente, una Buena Noticia que la libre de todo lo que la hace sufrir y vivir de una manera alienada. Esa Buena Noticia es Jesús. Y este hombre poseído es finalmente liberado.

Fraternalmente. Fernando García